Marcar la piel del agua. Así has definido materializar la idea de escribir un poema. Esa misma sutileza se extrema en estas tardes de otoño e invierno. Aquí, en Bolonia, tus versos se beben más despacio y el agua del río se remansa.
Haces que el mundo no sea tan áspero para los que, alguna vez o siempre, nos empeñamos en volar para disfrutar, desde lo etéreo, de este presente incierto. Tú ya has hecho bastante por alargar el tiempo. Del futuro habrá tiempo de hablar en el futuro.
Este enero nos sacude frío y nos recuerda que hace un año ya que te has ido, sin irte. Nosotros, los de ahora, seguimos sacudiendo tu árbol.
Aprendamos de uno de sus frutos
Canción de invierno y de verano
Cuando es invierno en el mar del Norte
es verano en Valparaíso.
Los barcos hacen sonar sus sirenas al entrar en el puerto de Bremen con jirones de niebla y de hielo en sus cabos,
mientras los balandros soleados arrastran por la superficie del Pacífico Sur bellas bañistas.
Eso sucede en el mismo tiempo,
pero jamás en el mismo día.
Porque cuando es de día en el mar del Norte
-brumas y sombras absorbiendo restos
de sucia luz-
es de noche en Valparaíso
-rutilantes estrellas lanzando agudos dardos
a las olas dormidas.
Cómo dudar que nos quisimos,
que me seguía tu pensamiento
y mi voz te buscaba -detrás,
muy cerca, iba mi boca.
Nos quisimos, es cierto, y yo sé cuánto:
primaveras, veranos, soles, lunas.
Pero jamás en el mismo día.